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Medidas drásticas. Sigue el ejemplo de los grandes

Ayer, mi llegada a la Tierra Prometida de la Estación Petare estaba pautada para horas del mediodía. Debía tomar el tren en la Estación Plaza Venezuela. Esta estación se caracteriza por la gran afluencia de usuarios que posee, provenientes de tres líneas distintas. Por esta razón, introducirse en un vagón requiere de técnica, inteligencia y habilidad física y mental.
Divisé desde la lejanía las luces en el túnel. Revisé rápidamente si las trenzas de mis zapatos estaban bien amarradas y me puse en posición para abordar: el pie derecho delante del izquierdo, las manos adelante, el morral en el pecho y la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo. Esta última característica ha cobrado importancia en meses recientes, ya que, siguiendo los pasos del afamado futbolista Zinedine Zidane, se puede emplear la cabeza para empujar y incluso tumbar cualquier obstáculo en casos extremos. Y fue precisamente esto lo que iba a ocurrir.
Cuando el tren se detuvo frente a mí, repasé mentalmente mi rutina mientras escuchaba el trillado "...dejar salir es entrar más rápido" Las puertas se abrieron, respiré profundo y esperé que la señora de adelante me diera la señal, con un leve movimiento frontal, de que era hora de avanzar.
Observé como la primera persona entró, luego la segunda. La joven pelirroja a mi derecha comenzó su avanzada. El hombre calvo detrás de mí hizo un viraje rápido a la derecha y en instantes estaba en la puerta. La única que no se movía era la señora de enfrente. No sabía qué hacer. Quizás la señora sólo estaba parada justo en ese sitio y no quería entrar. Dando a relucir mis dotes de caballero de la mesa del comedor, (que no es redonda, peor aún) inquieté a la señora con mi voz.
"Disculpe señora, me podría dar un permiso para pasar" le dije. No hubo respuesta. La señal de cierre de puertas entró en mis oídos. Decidí arriesgar unas milésimas de segundo hablando otra vez: "¡Señora, permiso!" exclamé. Ni una señal.
Todo lo que deseaba en ese momento era entrar al vagón. Me di cuenta de que debía tomar una decisión de una vez. Mi cerebro mandó la orden inmediatamente y sin dudarlo la acaté: "¡A la carga!" pensé con los ojos cerrados mientras inclinaba la testa hacia adelante y me impulsaba con mis piernas cual Zidane Salvaje en la Selva de Berlín.
Sentí que me movía, abría los ojos y miré a mi alrededor. Estaba dentro. Frente a mí, un par de ojos inquietantes bajo unas gafas rotas y añejas me miraban con atención. Era la señora a la que había empujado. "Si se queja", pensé, "digo que insultó a mi hermana. A Zidane le funcionó". La miré y le dije: "Disculpe señora, está usted bien". Intentó soldar una sonrisa en su rostro y me dijo: "Sí, gracias mijo, si no no entraá y me tocaá esperá otro metro. Y eso que ya esperé dó". Suspiré. No tenía que aguantar regaño ajeno. No obstante estuve hasta la Estación Petare, escuchando la historia de una Señora que tomo el metro desde Las Adjuntas porque quería ir para Palo Verde, pero se equivocó y se cambió para la línea que no era y... la historia sin fin.

Jajajaja la testa!!!

No he usado esa técnica... con razón he sentido tantos cabezasos ultimamente :-$

Pondré en uso mi testa para abrirme paso en el metro en horas pico jejeje

Ay Zord, tu como que serás el cronista métrico, al mejor estilo "La Dimensión Desconocida".

Esas malas mañas que se aprenden viendo partidos de futbol .. jajajjaa... No se puede decir que no usas la testa!

Saludos!

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